Como contamos en la entrada anterior, la figura del califa
Hisham II se vio ensombrecida por el protagonismo acaparado por su primer
ministro; Almanzor.
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Moneda acuñada durante el gobierno de Hisham II |
Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí (que así se
llamaba nuestro protagonista), nació hacia el año 939 en al-Yazirat al-Hadra
(hoy conocida como Algeciras), en el seno de una familia de rango medio.
Todavía muy joven se trasladó a Córdoba para progresar en sus estudios, con el
fin de acceder a un puesto en la Administración estatal, donde tras acumular
varios y diversos trabajos en su currículum, logró finalmente introducirse en
las entrañas de la corte califal de la mano de Subh, la favorita del califa
Alhaken II y madre del príncipe heredero, con la que estableció un estrecho
vínculo que le favoreció para ascender hasta los más altos peldaños de la
Administración del Estado. Además, a medida que su estatus dentro de la corte
aumentaba, también lo hacía su riqueza, hasta que finalmente, con el ascenso al
trono califal de Hisham II y tras años cargados de intrigas palaciegas, asesinatos,
deposiciones y toda una maraña de entramados políticos, al-Mansur (que quiere
decir “El Victorioso”), alcanzó el cargo de hayib
o chambelán, que podríamos asociar con la figura de un primer ministro en la
actualidad. Sus funciones en aquel entonces iban desde el control de la
Administración civil, hasta el control de la economía y las finanzas, pasando
por el control de la cancillería, el ejército e incluso ciertas cuestiones
religiosas.
Almanzor se convirtió sin duda en la persona más poderosa e
influyente del califato, por encima del mismísimo Califa, Hisham II, que desempeñaba
un papel meramente representativo. Sin embargo Almanzor no se conformaría con
estas cotas de poder, sino que llegando más allá, insinuó al consejo de alfaquíes del cadí mayor la posibilidad de ostentar él mismo el título de Califa,
sustituyendo al incapaz Hisham. Esta propuesta fue rechazada por el consejo de
juristas, además de valerle a partir de este momento la oposición de la que
hasta ahora había sido su más fiel aliada y apoyo, Subh, madre de Hisham. Sin
embargo Almanzor, aunque aceptó de mala gana la decisión del consejo, se
aseguró la continuación de sus descendientes en la privilegiada posición que había
llegado a ocupar, nombrando a su hijo Abd al-Malik su sucesor en el cargo, el
cual hasta entonces nunca había tenido carácter sucesorio, lo que continuó
despertando recelos entre numerosos miembros de la aristocracia cordobesa.
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Monumento a Almanzor en Algeciras |
Uno de los puntos a favor del gobierno de facto de Almanzor sin duda fue su capacidad militar. Pronto demostró su habilidad en el campo de batalla y sus dotes como general de los ejércitos del reino y sus hazañas e incursiones contra los reinos cristianos del norte pronto se propagaron por todo al-Ándalus, haciéndole valedor del título de “El defensor del Islam” o “El Victorioso”. Aunque no recuperó demasiados territorios en poder de los cristianos para el Islam, sí logro frenar el avance de éstos y minar la moral de los pueblos cristianos fronterizos mediante razzias (escaramuzas llevadas a cabo a través de rápidas incursiones en territorio enemigo), que caracterizadas por raptos y saqueos, suponían un ingreso adicional al tesoro del Estado.
Así, a pesar de la controversia generada alrededor de su figura, las altas esferas políticas y religiosas del estado andalusí consideraban a Almanzor una garantía de unión, estabilidad y prosperidad del califato. Por lo que si bien es cierto que nunca logró legitimar su gobierno (pues no era descendiente del profeta), sí logro un alto grado de aceptación del mismo hasta su muerte, el 9 de agosto del año 1002, tras lo cual, según lo dispuesto por el propio Almanzor, le sucedió su hijo en el cargo, mientras el califa Hisham II seguía haciendo las veces de marioneta en manos de sus consejeros. Comenzaba la decadencia del califato, el esplendor de Córdoba, la que en su día fue la más brillante joya del mundo occidental, se desvanecía.
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