Sin embargo, la espectacular expansión del imperio almorávide sería tan fulgurante como su desmoronamiento, y en 1118 sufre su primera gran pérdida peninsular: la ciudad de Zaragoza, que se rinde a Alfonso I de Aragón. No tardarían tampoco en llegar las primeras sublevaciones internas y en 1121 la ciudad de Córdoba se rebela contra el poder almorávide, que incapaz de hacer frente a las presiones de los almohades (de quienes a continuación hablaremos) en África, de los reinos cristianos en el norte y de los propios andalusíes, desaparecerá dando lugar al periodo conocido como “segundas Taifas”. De nuevo al-Ándalus se encontraba fragmentado en decenas de pequeños reinos independientes en constante enfrentamiento.
Mientras tanto, como antes hemos mencionado, un nuevo poder surgía y se hacía fuerte en el norte de África: los almohades, que se habían hecho con el control de buena parte de los territorios antes controlados por los almorávides. Al igual que éstos, los almohades surgen del seno de un clan tribal de origen bereber con un fuerte adoctrinamiento religioso. Así, con el objetivo de aunar de nuevo bajo su gobierno la totalidad de al-Ándalus y devolver a sus gentes al sendero más virtuoso del Islam (lo cierto es que las cosas se habían desmadrado un poco por aquí), desembarcaron en las costas peninsulares en 1145, momento desde el cual comenzaron a extender su influencia, que se vio reforzada por la derrota infringida a los cristianos en la batalla de Alarcos, cincuenta años más tarde, logrando así frenar sus avances.
Pero lo cierto es que los reinos cristianos del norte ya no eran pequeños reductos de resistencia, sino notables reinos con un numeroso ejército capaces de hacer frente al poder musulmán. Así, en 1211 se comienza a fraguar una alianza entre Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra (que hasta entonces no eran demasiado amigos por eso de la rivalidad entre reinos) con el fin de unir sus fuerzas contra el califa almohade en una batalla decisiva. Tal fue la expectación que generó dicho acontecimiento que el mismo papa Inocencio III calificó de Cruzada la empresa que los reyes cristianos peninsulares traían entre manos, logrando así el apoyo de numerosas huestes tanto voluntarias como pertenecientes a distintas órdenes militares de todo el mundo. El choque entre ambos ejércitos se produjo finalmente en el actual municipio de las Navas de Tolosa, nombre con el cual se conoce la histórica batalla allí librada un lunes 16 de julio de 1212. La batalla se saldó con la victoria del ejército cristiano y la retirada de los musulmanes hacia Jaén, después de sufrir una derrota de la que jamás se acabarían de recuperar.
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