Tal día como hoy, un 2 de Enero
de hace 524 años, entregaba Boabdil “El Chico”, último rey nazarí de Granada, las
llaves de la ciudad a los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, dando así por
concluida la llamada Reconquista cristiana de la Península Ibérica y, por
tanto, el periodo de dominio musulmán sobre la misma.
Pero mucho antes de este hecho,
allá por el siglo X, Abderramán III acababa de proclamarse Califa de Córdoba y
andaba ocupado tratando de hacer valer su autoridad como nuevo califa sobre sus
dominios. No en vano, Abderramán III y sus sucesores consiguieron que durante
los años que perduró el califato cordobés, su capital se convirtiera en la
mayor ciudad de Occidente, tanto en el aspecto político, económico y militar,
pero sobre todo cultural.
Este esplendoroso apogeo fue
posible gracias al notable crecimiento de la economía del califato, debido por
una parte al comercio directo con África, así como al papel de intermediario entre
Oriente y Europa; y por otra, a un reformado sistema fiscal, que incluía una
serie de tributos por parte de las poblaciones cristianas del norte, llamados parias, así como un incremento de los
impuestos directos a los propios habitantes del califato, en especial a
aquellos pertenecientes a confesiones religiosas distintas al Islam. Muestra de
este esplendor cabe destacar la construcción de Medinat al-Zahra, una ciudad
palatina la cual el propio Abderramán III mandó construir y desde la que
gobernó hasta su muerte, en el año 961.
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Monumento a Alhakén II en Córdoba. |
Fue su hijo, Alhakén II, quien le sucedió en el trono. Con él el califato andalusí alcanzaría su apogeo y conocería su etapa de mayor esplendor, lo que logró con la continuación y mejora de las políticas que su padre había impulsado. Se caracteriza este periodo especialmente por un alto grado de estabilidad, gracias al carácter pacífico del nuevo Califa y su amor al arte y la cultura en general, debido a la exquisita educación que recibió desde muy temprana edad. De este periodo, el geógrafo, escritor y cronista musulmán, Ibn Hawqai, llegaría a escribir que “la abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida (…) gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano”.
Sin embargo, con el ascenso al
trono de Hisham II en el 976, comenzará el principio del fin del califato
Omeya. Al contrario que sus predecesores, el nuevo califa delegó en la práctica
la mayoría de sus funciones en su primer ministro, Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí, más conocido como Almanzor. Si bien es cierto que éste consiguió mantener el prestigio de al-Andalus, su labor obtuvo consecuencias
contraproducentes para el califato, pues fue tal la fuerza de su figura que el
auténtico Califa llegó a perder cierto grado de simpatía entre sus súbditos, que
consideraban a Almanzor el verdadero artífice de los logros conseguidos durante
el gobierno de Hisham II, lo que supondrá en adelante el detrimento de la
figura del Califa como único y legítimo señor de al-Andalus.
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Mapa de la situación del Califato de Córdoba hacia el año 1000. El río Duero actuaba como frontera natural entre al-Ándalus y los reinos cristianos. |
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