domingo, 10 de enero de 2016

"Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre"

“Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”, las demoledoras palabras que Aixa, la madre de Boabdil, dijo a su hijo cuando éste, con los ojos humedecidos por las lágrimas, echó la vista atrás para contemplar por última vez la ciudad que acababa de entregar a los Reyes Católicos: Granada. Se cuenta también que Boabdil no pudo evitar suspirar ante la visión de tan hermosa ciudad, que ahora dejaba atrás camino del exilio, y por este hecho se conoce a la colina que atravesaba el desterrado rey en ese momento como “El Suspiro del Moro”.

Pero, ¿hasta qué punto podemos considerar verídica esta sobrecogedora escena? Lo cierto es que la famosa frase atribuida a Aixa resulta ser una invención del padre Echevarría, que aparece en su obra Paseos por Granada, escrita tres siglos más tarde, con el objeto de desprestigiar la figura del rey moro. Por suerte, la Historia nos ha enseñado que han existido mujeres tan valerosas o más en batalla que cualquier hombre. Pero esa es otra historia. Respecto a si Boabdil suspiró o no al contemplar por última vez Granada, seguirá siendo un misterio.

Como dato curioso, aunque en el arte siempre se ha representado a Boabdil como un hombre moreno, de tez más bien oscura y ojos negros, según algunas fuentes, el rey chico habría sido rubio y de ojos claros, lo cual no era tan extraño entre los emires y califas andalusíes, debido a que sus madres, en muchos casos, eran esclavas cristianas pertenecientes al harén del soberano.

El Suspiro del Moro - Francisco Pradilla

viernes, 8 de enero de 2016

El último reducto musulmán: el Reino de Granada

Escudo de armas del Reino de Granada
Pues sí, el poder musulmán sobre la Península Ibérica se desplomaba. Desde el fin de la dinastía Omeya, lo habían intentado los almorávides, los almohades e incluso algún reyezuelo de taifa, pero ninguno logró mantener la cohesión de al-Ándalus.

Así, poco a poco, conquista tras conquista, los reinos cristianos fueron recuperando los territorios que en su día pertenecieron a sus antepasados visigodos, hasta reducir el dominio musulmán en la península al conocido como Reino Nazarí de Granada.

La nazarí fue la última dinastía musulmana surgida en tierras andalusíes, la cual se mantuvo en el poder del Reino de Granada hasta su conquista por los cristianos en el siglo XV. De este periodo data la edificación de uno de los monumentos más representativo de la presencia musulmana en la Península Ibérica: la Alhambra de Granada, residencia de los sucesivos sultanes nazaríes. La longeva existencia de la Taifa granadina en comparación con las demás se debe a que ésta adoptó un papel supeditado al Reino cristiano de Castilla, al que pagaba una serie de tributos a fin de mantener su independencia.

Situación territorial del Reino de Granada
Sin embargo, a mediados del siglo XV se produce un periodo de inestabilidad política dentro del reino nazarí, consecuencia de una guerra civil entre los partidarios del sultán Muley Hacen, apoyado por su hermano al-Zagal, y los partidarios del hijo del propio sultán, Boabdil. Tras la muerte del sultán en 1485, fue Boabdil quien finalmente se hizo con el control del reino. Boabdil “el Chico” (así sería conocido el vigésimo emir de Granada) por su parte trató de romper su relación de vasallaje con la entonces monarca castellana, Isabel I “la Católica”, lo que dio pie a iniciar el proceso de conquista cristiana de los escasos territorios peninsulares que quedaban en poder musulmán. Así, la llamada Guerra de Granada finalizó con la firma de las Capitulaciones de Granada en 1491 y la posterior entrega de la ciudad a los Reyes Católicos el día 2 de enero del siguiente año.

Finalizaba así el proceso conocido como “La Reconquista” que, casi ocho siglos después de que aquel general bereber, llamado Tariq, desembarcara en la Península Ibérica, ponía fin al dominio musulmán sobre ésta. Nacía una nueva época. Nacía el Reino de España.

La Rendición de Granada - Francisco Pradilla

miércoles, 6 de enero de 2016

Los reinos cristianos ganan terreno

¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Pues resulta que los almorávides, el nuevo imperio de origen bereber que se había hecho con el control del norte del continente africano, ahora dominaba también los territorios bajo dominio musulmán en la Península Ibérica. Y no sólo eso, sino que además había conseguido frenar el avance de los reinos cristianos del norte e incluso recuperar algunas plazas.

Sin embargo, la espectacular expansión del imperio almorávide sería tan fulgurante como su desmoronamiento, y en 1118 sufre su primera gran pérdida peninsular: la ciudad de Zaragoza, que se rinde a Alfonso I de Aragón. No tardarían tampoco en llegar las primeras sublevaciones internas y en 1121 la ciudad de Córdoba se rebela contra el poder almorávide, que incapaz de hacer frente a las presiones de los almohades (de quienes a continuación hablaremos) en África, de los reinos cristianos en el norte y de los propios andalusíes, desaparecerá dando lugar al periodo conocido como “segundas Taifas”. De nuevo al-Ándalus se encontraba fragmentado en decenas de pequeños reinos independientes en constante enfrentamiento.

Mientras tanto, como antes hemos mencionado, un nuevo poder surgía y se hacía fuerte en el norte de África: los almohades, que se habían hecho con el control de buena parte de los territorios antes controlados por los almorávides. Al igual que éstos, los almohades surgen del seno de un clan tribal de origen bereber con un fuerte adoctrinamiento religioso. Así, con el objetivo de aunar de nuevo bajo su gobierno la totalidad de al-Ándalus y devolver a sus gentes al sendero más virtuoso del Islam (lo cierto es que las cosas se habían desmadrado un poco por aquí), desembarcaron en las costas peninsulares en 1145, momento desde el cual comenzaron a extender su influencia, que se vio reforzada por la derrota infringida a los cristianos en la batalla de Alarcos, cincuenta años más tarde, logrando así frenar sus avances.

La Península Ibérica hacia principios del siglo XIII
Pero lo cierto es que los reinos cristianos del norte ya no eran pequeños reductos de resistencia, sino notables reinos con un numeroso ejército capaces de hacer frente al poder musulmán. Así, en 1211 se comienza a fraguar una alianza entre Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra (que hasta entonces no eran demasiado amigos por eso de la rivalidad entre reinos) con el fin de unir sus fuerzas contra el califa almohade en una batalla decisiva. Tal fue la expectación que generó dicho acontecimiento que el mismo papa Inocencio III calificó de Cruzada la empresa que los reyes cristianos peninsulares traían entre manos, logrando así el apoyo de numerosas huestes tanto voluntarias como pertenecientes a distintas órdenes militares de todo el mundo. El choque entre ambos ejércitos se produjo finalmente en el actual municipio de las Navas de Tolosa, nombre con el cual se conoce la histórica batalla allí librada un lunes 16 de julio de 1212. La batalla se saldó con la victoria del ejército cristiano y la retirada de los musulmanes hacia Jaén, después de sufrir una derrota de la que jamás se acabarían de recuperar.

Este hecho supuso además el comienzo del fin de la dinastía almohade, dando lugar a las “terceras Taifas”. Nunca se volvería a ver a un al-Ándalus unido bajo el gobierno de un gran califa. El avance cristiano era ya imparable.

Batalla de las Navas de Tolosa - Francisco de Paula Van Halen

martes, 5 de enero de 2016

Un nuevo imperio: los almorávides

Alfonso VI, en una miniatura del siglo XII
Nos quedamos en la última entrada comentando que la autoridad de la figura del Califa se encontraba por los suelos, debido a la notable gestión de al-Mansur durante el “gobierno” del califa Hisham II. Tanto fue así que al-Ándalus se vio inmersa en una fitna (guerra civil) entre los partidarios de Hisham II y los partidarios de los sucesores del propio Almanzor. El resultado de este estallido fue la fragmentación de al-Ándalus en pequeños reinos, llamados Taifas, en los cuales las familias más poderosas se autoproclamaron reyes, forjando así nuevas dinastías y convirtiendo a toda la península bajo control musulmán en un campo de batalla entre las diferentes taifas por lograr extender su influencia.

Sin duda, esta situación que puso fin al esplendoroso periodo del califato cordobés, no hizo otra cosa sino debilitar el poder musulmán en la Península, pues también los reinos cristianos del norte aprovecharon la situación para pactar con unos reyes y otros en pro o contra de los intereses de las distintas taifas y, por supuesto, de los suyos mismos.

Extensión máxima del Imperio Almorávide
Pero el evidente desmoronamiento del poder musulmán en la Península Ibérica no pasó por alto en el norte de África, donde un nuevo imperio, el almorávide, afianzaba su poder en la región. Así, tras la conquista cristiana de Toledo por el rey Alfonso VI en 1085, el gobernador almorávide, Yusuf Ibn Tasufin, acudió en la ayuda de las taifas peninsulares.

Un año después, el ejército almorávide derrotaba a las tropas del rey Alfonso VI en la batalla de Zalaca y Yusuf conseguía reunificar todos los pequeños reinos musulmanes que en su día conformaron el Califato de Córdoba bajo un nuevo poder central. Sin embargo, a pesar de sus intentos, nunca lograría recuperar la ciudad de Toledo, nuevo bastión de los ejércitos cristianos.

domingo, 3 de enero de 2016

Protagonistas de la Historia: Almanzor

Como contamos en la entrada anterior, la figura del califa Hisham II se vio ensombrecida por el protagonismo acaparado por su primer ministro; Almanzor.

Moneda acuñada durante el gobierno de Hisham II
Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí (que así se llamaba nuestro protagonista), nació hacia el año 939 en al-Yazirat al-Hadra (hoy conocida como Algeciras), en el seno de una familia de rango medio. Todavía muy joven se trasladó a Córdoba para progresar en sus estudios, con el fin de acceder a un puesto en la Administración estatal, donde tras acumular varios y diversos trabajos en su currículum, logró finalmente introducirse en las entrañas de la corte califal de la mano de Subh, la favorita del califa Alhaken II y madre del príncipe heredero, con la que estableció un estrecho vínculo que le favoreció para ascender hasta los más altos peldaños de la Administración del Estado. Además, a medida que su estatus dentro de la corte aumentaba, también lo hacía su riqueza, hasta que finalmente, con el ascenso al trono califal de Hisham II y tras años cargados de intrigas palaciegas, asesinatos, deposiciones y toda una maraña de entramados políticos, al-Mansur (que quiere decir “El Victorioso”), alcanzó el cargo de hayib o chambelán, que podríamos asociar con la figura de un primer ministro en la actualidad. Sus funciones en aquel entonces iban desde el control de la Administración civil, hasta el control de la economía y las finanzas, pasando por el control de la cancillería, el ejército e incluso ciertas cuestiones religiosas.

Almanzor se convirtió sin duda en la persona más poderosa e influyente del califato, por encima del mismísimo Califa, Hisham II, que desempeñaba un papel meramente representativo. Sin embargo Almanzor no se conformaría con estas cotas de poder, sino que llegando más allá, insinuó al consejo de alfaquíes del cadí mayor la posibilidad de ostentar él mismo el título de Califa, sustituyendo al incapaz Hisham. Esta propuesta fue rechazada por el consejo de juristas, además de valerle a partir de este momento la oposición de la que hasta ahora había sido su más fiel aliada y apoyo, Subh, madre de Hisham. Sin embargo Almanzor, aunque aceptó de mala gana la decisión del consejo, se aseguró la continuación de sus descendientes en la privilegiada posición que había llegado a ocupar, nombrando a su hijo Abd al-Malik su sucesor en el cargo, el cual hasta entonces nunca había tenido carácter sucesorio, lo que continuó despertando recelos entre numerosos miembros de la aristocracia cordobesa.

Monumento a Almanzor en Algeciras
Uno de los puntos a favor del gobierno de facto de Almanzor sin duda fue su capacidad militar. Pronto demostró su habilidad en el campo de batalla y sus dotes como general de los ejércitos del reino y sus hazañas e incursiones contra los reinos cristianos del norte pronto se propagaron por todo al-Ándalus, haciéndole valedor del título de “El defensor del Islam” o “El Victorioso”. Aunque no recuperó demasiados territorios en poder de los cristianos para el Islam, sí logro frenar el avance de éstos y minar la moral de los pueblos cristianos fronterizos mediante razzias (escaramuzas llevadas a cabo a través de rápidas incursiones en territorio enemigo), que caracterizadas por raptos y saqueos, suponían un ingreso adicional al tesoro del Estado.

Así, a pesar de la controversia generada alrededor de su figura, las altas esferas políticas y religiosas del estado andalusí consideraban a Almanzor una garantía de unión, estabilidad y prosperidad del califato. Por lo que si bien es cierto que nunca logró legitimar su gobierno (pues no era descendiente del profeta), sí logro un alto grado de aceptación del mismo hasta su muerte, el 9 de agosto del año 1002, tras lo cual, según lo dispuesto por el propio Almanzor, le sucedió su hijo en el cargo, mientras el califa Hisham II seguía haciendo las veces de marioneta en manos de sus consejeros. Comenzaba la decadencia del califato, el esplendor de Córdoba, la que en su día fue la más brillante joya del mundo occidental, se desvanecía.

sábado, 2 de enero de 2016

El esplendor de al-Andalus

Tal día como hoy, un 2 de Enero de hace 524 años, entregaba Boabdil “El Chico”, último rey nazarí de Granada, las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, dando así por concluida la llamada Reconquista cristiana de la Península Ibérica y, por tanto, el periodo de dominio musulmán sobre la misma.

Pero mucho antes de este hecho, allá por el siglo X, Abderramán III acababa de proclamarse Califa de Córdoba y andaba ocupado tratando de hacer valer su autoridad como nuevo califa sobre sus dominios. No en vano, Abderramán III y sus sucesores consiguieron que durante los años que perduró el califato cordobés, su capital se convirtiera en la mayor ciudad de Occidente, tanto en el aspecto político, económico y militar, pero sobre todo cultural.

Este esplendoroso apogeo fue posible gracias al notable crecimiento de la economía del califato, debido por una parte al comercio directo con África, así como al papel de intermediario entre Oriente y Europa; y por otra, a un reformado sistema fiscal, que incluía una serie de tributos por parte de las poblaciones cristianas del norte, llamados parias, así como un incremento de los impuestos directos a los propios habitantes del califato, en especial a aquellos pertenecientes a confesiones religiosas distintas al Islam. Muestra de este esplendor cabe destacar la construcción de Medinat al-Zahra, una ciudad palatina la cual el propio Abderramán III mandó construir y desde la que gobernó hasta su muerte, en el año 961.

Monumento a Alhakén II en Córdoba.
Fue su hijo, Alhakén II, quien le sucedió en el trono. Con él el califato andalusí alcanzaría su apogeo y conocería su etapa de mayor esplendor, lo que logró con la continuación y mejora de las políticas que su padre había impulsado. Se caracteriza este periodo especialmente por un alto grado de estabilidad, gracias al carácter pacífico del nuevo Califa y su amor al arte y la cultura en general, debido a la exquisita educación que recibió desde muy temprana edad. De este periodo, el geógrafo, escritor y cronista musulmán, Ibn Hawqai, llegaría a escribir que “la abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida (…) gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano”.

Sin embargo, con el ascenso al trono de Hisham II en el 976, comenzará el principio del fin del califato Omeya. Al contrario que sus predecesores, el nuevo califa delegó en la práctica la mayoría de sus funciones en su primer ministro, Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí, más conocido como Almanzor. Si bien es cierto que éste consiguió mantener el prestigio de al-Andalus, su labor obtuvo consecuencias contraproducentes para el califato, pues fue tal la fuerza de su figura que el auténtico Califa llegó a perder cierto grado de simpatía entre sus súbditos, que consideraban a Almanzor el verdadero artífice de los logros conseguidos durante el gobierno de Hisham II, lo que supondrá en adelante el detrimento de la figura del Califa como único y legítimo señor de al-Andalus.

Mapa de la situación del Califato de Córdoba hacia el año 1000.
El río Duero actuaba como frontera natural entre al-Ándalus y los reinos cristianos

viernes, 1 de enero de 2016

Del Emirato al Califato

En la última entrada nos quedamos comentando que Abd al-Rahman fue capaz finalmente de proclamarse Emir Independiente de al-Andalus. Pero, ¿qué era exactamente un Emir? ¿En qué se diferenciaba del Califa?

En resumidas cuentas, la totalidad del territorio sometido al poder de un califa se denominaba califato. El Califa representaba la autoridad máxima, tanto política como religiosa; pero a la vez este territorio se dividía en emiratos, extensiones de tierra más reducidas y fáciles de controlar. Para entendernos mejor, podríamos realizar un símil entre el sistema territorial de la época y el sistema territorial español actual. Teniendo esto en cuenta, siempre salvando las grandes distancias, encontramos una unidad principal, que es el califato (imaginad en este caso España), que a la vez se encuentra dividida en emiratos (lo que equivaldría a las Comunidades Autónomas). De este modo en cada emirato existía un gobernador; el Emir, siempre sometido a la voluntad del Califa.

Embajada de Juan de Gorze a Abderramán III - Dionisio Baixeiras, 1885

Bien, una vez aclarado esto (espero), continuemos...

Como decíamos, Abderramán se había proclamado Emir Independiente, esto significa que se desligaba de la voluntad política del califa de Bagdag (de la familia Abbasí), aunque seguía reconociéndolo como la máxima autoridad religiosa del Islam.

Abderramán III - Grabado del s. XIX
Durante el gobierno de Abderramán I (como se le conocería) y sus sucesores, Hisham I, Alhakén I, Abderramán II, Muhammad I, Al-Mundir y Abd Allah I, el Emirato de Córdoba (se llamó así pues estableció su capital en esta ciudad) experimento un gran crecimiento, tanto territorial como económico y cultural. Sin embargo, debido al grupo tan heterogéneo que conformaba la población de al-Ándalus (además de árabes, bereberes y sirios, se sumaban ahora los habitantes autóctonos de las regiones conquistadas), la estabilidad era un objetivo casi imposible de lograr en su totalidad. Así, entre rencillas internas, sublevaciones, los primeros ataque de los cristianos en el norte y la presión del poder califal desde el continente africano, la inestable estructura del Emirato comenzaba a tambalearse.

Fue entonces cuando Abderramán III, que había sucedido a su abuelo Abd Allah I como emir en el año 921, se autoproclamó, ocho años más tarde, Califa de Córdoba, convirtiendo el emirato en un califato independiente de la autoridad política y religiosa del Califa de Bagdag. Daba comienzo entonces el mayor periodo de esplendor que jamás conocería al-Ándalus, con su capital, Córdoba, como principal emblema.

Continuará…